La romántica tradición de escribir una carta, meterla dentro de un sobre y pegar las estampillas parece que se ha olvidado, sin embargo, Dulce María Ramón y Arturo Morell despiertan la memoria con el libro ¿Hay carta en tu buzón? (Katakana Editores).
La historia del libro comienza cuando ambos autores escriben una historia sobre la importancia de lo que significa escribir cartas.
Pablo y Luz María son dos seres lejanos y a la vez juntos. Desde su juventud han tenido una serie de vaivenes personales cuya unión se refortalece a través de un intercambio de correos electrónicos donde brotan recuerdos y experiencias en la Ciudad de México, España, la colonia Roma, el terremoto de 1985, el romance estudiantil.
Cuando la escritura y sus emociones parecen obsoletas en el reinado de la tecnología y la inmediatez, estos personajes recurren a ella a manera tanto de ilusión como de catarsis, nos detalla el libro y al recorrer sus páginas el lector puede retroceder en el tiempo para verse redactando una carta en la hoja de un cuaderno, tal vez a escondidas y tal vez para su primer amor.
“En el libro lo que quiere uno es dibujar la importancia de lo que es escribir cartas, muchas veces al paso del tiempo estamos muy acostumbrados a sólo usar, literal, las yemas de los dedos, porque escribimos ya sea en la laptop, en la computadora y si no, ya lo hacemos directamente en el celular.
“Ya no usamos ni movemos la muñeca y esto es parte de este aprendizaje que va conectado con el cerebro y nuestras manos y ese aprendizaje ya no existe” comentó Dulce.
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Escrito a cuatro manos, surge durante la pandemia, ambos autores, Dulce y Arturo conjuntaron sus profesiones, periodista ella y él escritor y dramaturgo entre otras más, para reflejar lo que ellos y millones de personas sentían al estar alejados de sus seres queridos .
“Un libro que se llama confidente y cambia tu entorno. En la pandemia todos queríamos estar cerca de nuestros seres queridos, en mi caso a mi mamá la dejé de ver tres años. Sí, funcionaba la videollamada, funcionaba el mandar mensajes por WhatsApp y demás, pero el tema era escribir una carta que tal vez muchas no las mandamos por lo mismo, pero el dejar ahí parte de lo que sentíamos y de lo que vivíamos en este trance de emergencia sanitaria, pues nos trajo cómo ¿Hay carta en tu buzón? reencontrarnos con esa parte de la escritura.
“Arturo y yo nos dimos cuenta de que estaban muchos amigos en común muy necesitados de poder expresarse de otra manera más allá de la inmediatez y de manera muy casual hicimos como una especie de taller donde pensamos que las generaciones entre los 20 y 30 años no les iba a interesar el tema sin embargo fueron los que más se interesaron”, recuerda la autora.
Su sorpresa aumenta cuando tras realizar varios talleres descubren que la mayoría de los jóvenes nunca habían utilizado pluma y papel para expresar sus sentimientos. Se les hacía extraño escribir a un familiar.
“Nos decían ‘es que yo jamás he ido a una oficina postal a enviar una carta. No sé ni siquiera cómo se escribe una carta’. Entonces para ellos fue toda una aventura sentarse a escribir una carta.
“Comenzamos con lo más simple de escríbete a ti mismo una carta, toma el papel que más quieras, porque los que sí llegamos a escribir cartas escogíamos hasta el papel, el tipo de pluma, hasta las calcomanías en su caso. Dejábamos ahí mucho de nosotros a veces hasta el aroma propio que, si traíamos algún perfume, alguna loción y dejamos mucho en esa hoja o en esas hojas que mandábamos y el chiste de ir caminar o tomar un transporte para llegar y mandarla, ponerlos los timbres, eso para los jóvenes es una gran experiencia porque nunca lo habían hecho”.
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La historia de Luz María y Pablo Miranda se va entretejiendo en la Ciudad de México y España, se descubren personajes que son icónicos en la cultura de México como es el caso de la escultora escritora y pintora Leonora Carrington.
“Luz María vivía enfrente de la de la casa de Leonora e incluso se hace uso de la escritura por una carta que Luz María de adolescente le escribe a Leonora a la que siempre veía pasar. Quisimos describir mucho a esos personajes importantes que vivieron en una colonia tan importante como la Roma pero que además la escritura de cartas era como un acercamiento hacia ellos de forma particular”.
“Cuando hacemos la novela no había una estructura, solo decidimos comenzar este proyecto y de pronto un día yo lancé la primera carta, le dije a Arturo ahí te va la primera carta y quien la manda se llama Pablo, mientras Arturo respondió la carta y yo no sabía en lo absoluto quién me iba a responder y qué me iba a responder. También era una sorpresa el recibir y sentir esa emoción, a ver qué le va a contestar Pablo a Luz María y viceversa”, relató la escritora.
Una historia de amor, podría decirse, como muchas otras, como cada una en particular; porque existen diversas maneras de abordar lo amoroso, y entonces cada argumento, cada anécdota, es diferente y lleva en su entraña la individualidad absoluta de ese vínculo. Ninguna se parece a otra: todas son únicas e irrepetibles.
Durante meses los protagonistas, agonistas, agónicos personajes irán abriendo y/o cerrando sus discursos y, como si de una tela se tratara, elaborarán la textura, el cañamazo, hasta llegar al finísimo lino final… o seda, y de cortina, como ambos añoran compartir. Irán, pues, desde las hilachas de una relación aparentemente trunca (aunque nunca exiliada) a hilvanar, coser, tejer hasta rellenar esos huecos: trenzar, exorcizar, iluminar, sanarlos.
Es así como el lector se entera (poco a poco, y aún a veces jugando con exquisitas contradicciones, también aparentes) de qué ha sucedido, qué ha ido sucediendo entre ellos durante los muchos años de la tanta ausencia. Y, por ende, qué ha de suceder, qué puede ocurrir de ahora en adelante, describe Ana Guillot en el prólogo, y si se pierden en las palabras te surgen lágrimas al recordar a esos amores perdidos.
¿Hay carta en tu buzón? Te permite ser intruso, abrir las cartas junto al destinatario, leerlas y saber los sentimientos de cada uno, sus secretos.
Después de leer la obra te dan ganas de correr a la papelería, de comprar hojas sueltas, y sobres. Tomar una pluma y dejar que la tinta corra, ya sea de forma impecable o chueca, pero al fin y al cabo expresar los sentimientos a un amor lejano o cercano e incluso al hijo o la madre.
Después ir a la oficina de Correos y comprar un timbre, pegarlo y depositar la misiva.
Ahora la misma Dulce María Ramón lo acepta, ya no hay ni buzones y los que llega a haber solo sirven para que depositen los recibos del teléfono, predio o la luz.
Puede ser que Dulce María Ramón y Arturo Morell despierten en los lectores ese arte de escribir y mandar por correo una carta antes de que sea demasiado tarde.