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Todas, todos, toditos tenemos algo que decir.

«Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada», decía Eduardo Galeano en ‘El libro de los abrazos’ a manera de celebración de la propia voz humana. 

Es claro que la mayoría de nosotras y nosotros tenemos algo que decir, todas y todos tenemos una idea en nuestros pensamientos que deseamos que todos sepan pero muchas veces eso que tenemos que decir se ve silenciado, unas veces por el propio miedo que causa el entender que la visibilidad de las ideas no siempre es algo cómodo o conveniente; otras tantas ocasiones silenciamos nuestras ideas por qué no nos vemos representados en los espacios, principalmente los de las instituciones que dicen representarnos. 

Para abrir la conversación es necesario decir que en nuestro país existe una clara y abierta disputa en el campo de la ‘hegemonía discursiva’ –término acuñado por Marc Angenot en el año de 1989–; los pocos privilegiados que han logrado ser escuchados, aquellos que se encuentran al frente de ‘la cosa pública’, esos que nos pretenden decir todas las mañanas, tardes y noches, a través de los tantos medios de comunicación a los que tienen acceso, como deben ser –desde su perspectiva– las cosas, que debemos pensar y/o hacer, cuando en realidad lo que pretenden es justificar lo ya existente para que las cosas se mantengan tal como están y nada cambie. 

La hegemonía –en este caso, la discursiva– debemos entenderla como un tipo de relación, no es algo que se pueda rastrear en un terreno específico, la condición hegemónica no es necesariamente positiva o negativa; la hegemonía incluye en todos los casos a aquello que se le opone. 

Si hubiera que definirle, tendríamos que decir que es una totalidad articulada de diferencias o un compuesto de distintos momentos discursivos que se encuentran en una permanente redefinición del espectro social y político. 

Pero resulta y resalta que la ‘totalidad discursiva’ no está dada para absolutamente nadie, siempre está incompleta, eso si, repleta de elementos que hacen posible el pensar las relaciones y abren brecha en el campo del pensamiento y la realidad. 

Pero hoy todo está cambiando, la relación entre las mayorías y la minoría está en desplazamiento constante, cuando menos en proceso de cambio, y es que las mayorías olvidadas históricamente están poniéndose al centro de las decisiones y prioridades de ‘la cosa pública’; es entonces que esa mayoría silenciada hoy está ganando espacios por fuerza y voluntad propia. 

Al igual que el libro de Eduardo Galeano, las implicaciones de las pequeñas historias que se desmenuzan a través de nuestra vida entre alegrías y tristezas, nos permiten darnos cuenta que si bien somos lo que narramos al mismo tiempo somos narrados.

Lo cierto es que, al final de las cosas, en público o en privado, todas, todos, toditos tenemos algo que decir. 

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